lunes, 7 de noviembre de 2011

LA RESISTENCIA POÉTICA


POETAS DE LA LUZ ENTRE LA SOMBRA


Por Hernando Guerra Tovar


“Aquí han hecho de la poesía una religión
Aún este país puede salvarse”
Hans Magnus Enzensberger


La poesía es revelación, magia, conjuro, festejo, comunión, percepción, atención, meditación, silencio, escepticismo, misterio, caída, ascesis, pero además es fortaleza, libertad, resistencia espiritual frente a las tiranías interiores y exteriores del hombre. Desde la primera edad el hombre se ha valido del canto poético como atenuación de sus dolores, de sus búsquedas fallidas, de sus encuentros con lo desconocido, y más recientemente, ante las acometidas del Estado y de la Iglesia, la palabra poética ha sentado las bases de la liberación de prácticas que constriñen el ser del hombre y de las cosas.

La poesía entendida como religión, ha hecho frente a los embates del racionalismo y del dogma como medios de aprisionamiento de la conciencia individual y colectiva. La poesía como reflexión ha concursado con la filosofía en el intento de dilucidar las más profundas formulaciones existenciales del ser humano y su entorno. La poesía como aspecto psicológico y sociológico, ha alternado con esas disciplinas en la elaboración de conceptos del orden individual y colectivo en el estar y devenir del ser.

La poesía, la más alta expresión del hombre, que no de comunicación pero sí de comunión, reúne en su esencia todo el sumo del saber, y esta certeza le confiere o mejor le exige una postura de autoridad amorosa, firme y segura, de resistencia ante cualquier acto o tentativa en el terreno de lo conflictivo y caótico del pensamiento y accionar humanos: lugar sagrado que contempla, interioriza y resiste.

¿Qué sino resistencia espiritual han sido los diferentes istmos, el romántico, el surreal, el expresionista, el simbolista, el moderno, vanguardias todas que llevan implícita la consigna de liberación tras el rostro puramente estético de sus propósitos? La filosofía, la religión, la mística y aun la política, han sido en la historia nociones cercanas en sus intereses a la poética, en su contacto permanente con el hombre. Pero la poética ha sabido mantener distancia que la diferencia y la pone en órbita distinta, tanto en la forma y presentación como en el contenido de su discurso. La poética y la política no confluyen en el interés que las anima. La primera hace del hombre un ser vital que canta e indaga su génesis en el camino hacia la trascendencia. La segunda manipula las posibilidades del hombre en el arraigo, como medio meramente utilitarista, con precisos y mundanos objetivos. Mientras la poética busca la exaltación del espíritu humano, la política en cambio ve al hombre como cifra, cuota, objeto puramente material de intereses mezquinos y egoístas. ¿Existe acaso alguna revolución política en la tierra que haya liberado al hombre del dolor y el sufrimiento, del hambre y la diferencia? ¿Cada cruenta revolución no es acaso el simple paso de un régimen opresivo y explotador a otro igual o peor? De lo que sí estamos seguros, por ejemplo, es que obras poéticas importantes como la de Neruda, tienen su lugar pedestre en el tema político partidista, o que la mayor parte de la obra de Maiakovski y todo el realismo socialista no pasan de ser panfletarios. ¿Qué queda de tanta poesía escrita durante la revolución de Nicaragua? ¿Y de nuestro poeta vanguardista Luis Vidales, ¿qué prevalece, Suenan Timbres o la Obreríada? Podríamos decir con Calvino que la poesía es viento, nube, pájaro, y que a contrario sensu, la política es oscura roca, piedra del camino.

Ahora bien, en Colombia existen ejemplos bellos de poesía comprometida como este texto de Juan Manuel Roca, Epigrama del poder: “Con coronas de nieve bajo el sol / cruzan los reyes.” Así como este poema de Luis Aguilera: “El casco rojo del soldado / puso en la calle un sol de medianoche. / La ciudad por entonces ardía en los puñales / y el miedo se quedaba tras los pasos. / Nada había: ni viento ni aire respirable. / La pólvora en pájaros recientes perforaba el cielo. / Y a lo largo hubo árboles que nunca fueron árboles /sino horcas con follaje. Y sé – lo dicen los despachos noticiosos – que el hambre encumbra cuervos / sobre aldeas y que en los campos los perros / arrastran, del pie de los caminos, / los cuerpos caídos en la huída. / Toda generación nace en la postguerra / y hay que hacerse a la idea de que pronto pasará lo que se teme, de que nunca es extranjero / un hombre muerto. Toda tierra es patria / si se recibe una andanada de balas en el pecho / y se queda uno tan solo, / y sin huellas ni puntos cardinales. (Historia para contar a un niño bengalí).

Podemos mencionar otros poetas, otros poemas, que respetando las condiciones de la alta palabra, se aventuran en el tema político o de la violencia, como es el caso de Fernando Charry Lara, que de pronto, sin salirse de su lirismo misterioso, sugerente, nocturno, nos sorprende con un poema que trata de la violencia expresada en una pareja que yace muerta en una carretera: Llanura de Tuluá; Eduardo Gómez, el importante poeta de Miraflores, es asimismo una de las voces altas de nuestra poesía que aborda con éxito el tema político y social: su primer libro, Restauración de la palabra, es una clara muestra de ello. Seguramente el lector encontrará otros ejemplos de cómo se puede comprometer, vivir la actividad política, revolucionaria, denunciar los atropellos e injusticias que contra el pueblo ejecuta el sistema, a través de la más alta expresión del lenguaje, la poesía, es decir, sin caer en el panfleto o la mera denuncia.

Claro que el poeta, como individuo que es, como ciudadano que es, comporta necesariamente una entidad política, esto no tiene discusión. Mas la poesía es libertad, fortaleza espiritual frente a los problemas del hombre en su relación consigo mismo, con el entorno y con el otro en su necesaria y vital comunión humana, y por tanto no puede estar amarrada, subyugada, encadenada, supeditada a cualquier otra disciplina o actividad que la disminuya o la extravíe en sus condiciones ontológicas.

Tal vez el mayor ejemplo de amplitud y de aporte intelectual en Colombia sea la Revista de poesía y literatura Mito, creada en 1955 por Jorge Gaitán Durán y Hernando Valencia Goelkel, poeta, ensayista, y crítico, respectivamente, como posibilidad de vindicación cultural frente al enorme vacío dejado por la política ultra reaccionaria de Laureano Gómez y su prolongación, el Frente Nacional, y que reúne la importante generación de intelectuales que lleva su nombre, entre los que resaltan, además de sus fundadores, el poeta Eduardo Cote Lamus, el escritor y periodista Hernando Téllez, el político de izquierda Gerardo Molina, los narradores García Márquez, Jorge Eliécer Ruiz y Pedro Gómez Valderrama, los poetas Álvaro Mutis, Fernando Charry Lara, Fernando Arbeláez, Héctor Rojas Erazo y Rogelio Echavarría. La revista llegaría a nutrir la intelectualidad del momento, (los años 50), así como a las generaciones posteriores.

De los aportes de Mito cabe destacar la implementación de los elementos necesarios para una convivencia intelectual, en la medida en que no adhirió a una ideología determinada, ni a intereses políticos mezquinos. Al contrario, sus colaboradores fueron de izquierda, del conservatismo y del liberalismo moderado. El hispanista y crítico colombiano Rafael Gutiérrez Girardot anota que “la calidad y la honradez eran el único mandamiento y el lazo humano que los unía”. Criticó igualmente la revista la exagerada tendencia de la sociedad del momento, de ver y convertir la poesía en mero ornamento, oponiendo a ello, la disciplina y el rigor en el hacer poético.

La Casa de Poesía Silva constituye un claro ejemplo universal de decisión por la alta palabra. Fundada el 24 de mayo de 1986 en una vieja casa del Barrio La Candelaria, construida hacia 1715, tuvo desde el comienzo como directora a la poeta y periodista María Mercedes Carranza, quien le imprimiera una dinámica capaz de situarla en un lugar destacado en el concierto internacional, proyecto precursor, acaso único en su dimensión dignificante. Lugar de encuentro, de consulta, de lectura, de asistencia a recitales y conferencias, de escucha en la voz de innumerables autores, de acercamiento a su historia, es testimonio de la elección por la poesía. Allí se reseña el curso de la poética nacional. Ofrece los servicios de Talleres de poesía; biblioteca y librería especializadas, fonoteca, auditorio, poesía a la carta. Su Revista anual registra cada uno de los actos, lecturas, conferencias, encuentros. Sus convocatorias anuales, con temas alusivos, estimulan la creación poética. Las visitas guiadas a la que fuera la última morada del modernista José Asunción Silva (1865-1896) y que hospedara al poeta Aurelio Arturo (1906-74) contribuyen igualmente a enaltecer y conservar la memoria poética de la nación. Campañas como La poesía tiene la palabra, Descanse en paz la guerra y Los Alzados en almas, son aciertos dirigidos a atenuar, con ese humor poético, el imperio de la violencia.

El más importante aporte poético de esta postmodernidad en Colombia lo constituye el monumental hecho conocido como Festival Internacional de Poesía de Medellín. Surgido en 1991 por iniciativa de la corporación de arte y poesía Prometeo, como respuesta a la violencia desatada que ubica a esa ciudad entre las más peligrosas del mundo, con las tristes consecuencias de laceración de las bases de la sociedad creciente, el deterioro del lenguaje cotidiano, el menoscabo de la dignidad y toda una tensión en la población que se debate entre el miedo, el desconcierto y la alta palabra, se constituye desde el principio en una clara alternativa de resistencia espiritual frente a los violentos, sustentada en la fervorosa acogida, en el milagro de una convocatoria creciente, en la simpatía de los sectores más vulnerables, en el despertar de una nueva conciencia: la solidaridad poética. El espíritu se anima, se estremecen los corazones anhelantes, se congregan las voces, se propician los abrazos y una nueva era empieza en donde la poesía es la con-vida-dada al festejo del reencuentro. “Es en los tiempos aciagos cuando la poesía eleva su mirada a la cumbre donde capta la luz”.

De una asistencia en el primer Festival de mil quinientas personas a la lectura de 16poetas colombianos, se pasó entusiastamente año tras año, a la convocatoria de cientos de personas en el XXI Festival, en la lectura de 90 poetas de los cinco continentes 164 actos programados y realizados. Es decir, el Festival Internacional de poesía de Medellín reúne en veinte años de existencia a 863 poetas de 143 países, para un auditorio de más de dos millones de personas, hecho que lo constituye en el más importante y multitudinario ejercicio de libertad y fraternidad humana alrededor de la alta palabra. “Es una expresión de la lucha contra la guerra, por la libertad de creación, de pensamiento y de reunión.”

Surgido de la apremiante necesidad de crear espacios frente a la violencia de la ciudad de Medellín, considerando la acción liberadora y dignificante de la poesía, el festival pasa rápidamente de nivel local a nacional e internacional, y de evento que ofrece a la comunidad recitales y algunas presentaciones de videos sobre la vida y obra de poetas, a incluir dentro de su programación Talleres de poética, con la creación de la Escuela de Poesía de Medellín en junio de 1996. Es un movimiento internacional que aglutina millares de personas ávidas de luz, de poesía. Fue declarado patrimonio cultural de la nación, y distinguido con el premio nobel alternativo de la paz en 2006, en reconocimiento al coraje y a la esperanza en tiempos de desesperación” Es el modelo para la fundación de festivales en Argentina, El Salvador, Costa Rica, Venezuela, Nueva Zelanda y otros, como el festival itinerante de África.

A partir del XX encuentro realizado en 2010, se inician las primeras conversaciones a nivel de directores de festivales, con el propósito de constituir La Red Mundial de Festivales de Poesía, que en 2011 desemboca en la fundación del denominado Movimiento Poético Mundial. Allí se discutió la relación entre la poesía y la paz, la reconstrucción del espíritu humano, la reconciliación y recuperación de la naturaleza, la unidad y la diversidad cultural de los pueblos, la miseria material y la justicia poética y sobre las posibles acciones a tomar en pos de la globalización de la poesía.

Este es un movimiento humanista como ningún otro en el mundo. Es la rubricación de la verdad respecto de los alcances liberadores y libertarios de la alta palabra. Si se pudiera medir la disminución de la criminalidad en Medellín, y la extensión de sus efectos al resto del país y aun de las naciones vecinas, podríamos llevarnos afortunadas sorpresas. El efecto multiplicador de cada poema reside en la conciencia de los miles de asistentes a las diferentes jornadas en Medellín y las demás ciudades en las que tiene presencia el Encuentro. Digámoslo con Octavio Paz: “Operación capaz de cambiar el mundo, la actividad poética es revolucionaria por naturaleza; ejercicio espiritual, es un método de liberación interior”



sábado, 29 de octubre de 2011

EL OTRO VUELO DEL CUERVO


Por Hernando Guerra Tovar


Antes del comienzo era la página en blanco. En su vasto territorio de silencio “el cuervo tiene su propio mundo y no depende de la mano del poeta”. Antes de la página en blanco era el cuervo. ¿Quién fue antes, el cuervo, la página en blanco, el poeta? Con este misterio en la fundación del mundo inicia El otro vuelo del cuervo, libro con el que Esmir Garcés Quiacha (Algeciras, Huila, Colombia, 1969), obtiene el Primer Premio Nacional de Poesía convocado por la Universidad Industrial de Santander –UIS- en 2009.

La intención del poeta no es sorprender al lector con una dilucidación genésica. Al contrario, el libro empieza de la manera más natural, anunciando la creación del mundo poético. Desde el primer texto asistimos a la alta palabra, a la poesía, y la poesía, cuando lo es, conlleva el sobresalto. Es connatural a la poética el misterio, la sorpresa, el encantamiento. El valor de la palabra poética reside en su capacidad de concitación. El estremecimiento del lector ante el poema que le suscita emoción o deleite, es la razón de ser del encuentro. La relación autor-lector tiene su validez en la vaguedad, o si se prefiere, en la polifonía. La poesía que se escribe en esta postmodernidad requiere no ya del canto sino del desencanto, es decir, el esfuerzo. La poesía que exige ahora el lector es aquella capaz de comprometerlo, de incitarlo al peligro. Si reconocemos que el poema es abismo, al lector lo que le agrada es ese vacío, esa posibilidad de caída. Caer aquí es ser. Y en éste ser se configura la complicidad del lector con el poeta. Y es ésta complicidad sostenida la que renueva la lectura, la que propicia la relectura. Cuando el poeta y el lector se vuelven uno en el vacío, sobreviene la salvación. La salvación del mundo.

El mundo poético de Garcés Quiacha en este libro está asistido del vuelo. Pero, ¿por qué el cuervo y no la paloma, el águila o el cóndor? Diríamos que en el cuervo prevalecen varias condiciones para que sea motivo poético, no sólo de nuestro invitado, sino también de Edgar Allan Poe, Ted Hugues, Juan Manuel Roca o Andrés Matías. Estás son su especial inteligencia, la envergadura de sus alas, que pueden llegar al metro en pleno vuelo, su gusto por los brillantes y las gemas, su capacidad de imitar sonidos humanos, su condición de carroñero, y toda una mitología universal al rededor de su imagen.

El primer vuelo del cuervo sucede en el mundo real. El segundo vuelo del cuervo acaece en el poema: El cuervo agita sus alas / para advertirnos que el mundo comienza / en el aire. En este decir poético reside el fondo, la sustancia del libro. El ser está hecho de aire y se debe al aire. El aire es la vida. Sólo en la caída se halla la salvación, porque la caída es el contacto con el aire que propicia el vuelo, que da la vida. La vida está en el poema: Con el pájaro llega el día, noticia de bosques cercanos. Trae en sus entrañas el rocío de su canto y el vuelo fugaz de una estrella.

No sé si sea lugar común decir que la vida se sustenta en el amor. Dios creó al hombre a partir de su pensamiento amoroso. Tal vez para los escépticos esta afirmación sólo sea un despropósito. Pero el cuervo del poeta Esmir, parece corroborar mi aserto: Cuervo dijo: “Vuela”, y abrí los brazos, / y el viento movió mis alas. Cuervo dijo: / “Grazna”, y mi boca expidió un horrible /sonido. Cuervo dijo: “Ilumina los ojos”, / y mis pupilas se volvieron ruedas de / fuego. Cuervo dijo: “Ama”, y aprendí a / despedirme de la muerte.”

El cuervo ocupa un lugar importante en nuestra cotidianidad, habita en nuestro hogar y clava cada día sus garras en nuestros hombros, tal vez recordándonos su presencia, o corrigiendo cada una de las mil perversiones que nos deleitan. Así, hemos construido jaulas a nuestra conciencia: “Todas las noches dibujo una jaula distinta, línea tras línea, barrote tras barrote” (…) Me ha parecido difícil que los cuervos vuelen en ella.” Aprisionamos al cuervo. A veces, en momentos de lucidez y paz, la jaula permanece vacía, y sin embargo, anota el poeta, “Esto no la exime de seguirse llamando prisión.” Prisión-poema-vacío, acaso culpa, o Ego como en el cuervo de Hugues, la palabra es el vuelo desde la infancia, en un hacer intacto colmado de memoria, o al menos de línea, su trazo invisible en el tiempo del poeta y del hombre, que comprende el universo desde el ocaso hasta el espejo y del río hasta el fuego. Todo lo cubre esta gramática. El lenguaje se vuelve magia en la voz oscura o diáfana de Garcés Quiacha. El extrañamiento es milagro en donde la verosimilitud se puebla de bella fantasía, de rotunda fluidez transportadora. Éxtasis del silencio. Porque la palabra contenida en este libro posee una destilación y una decantación a prueba de ave, de ala o de sueño. ¿Por qué, entonces, construirle jaula a este pájaro mítico, agorero y perverso? ¿Cómo detener su hechizo en este ahora de difusionismo estéril, en este aquí donde pululan los bien llamados poetas sin poema, sin palabra, sin vuelo?

“Una mano entrega el pájaro, la otra recibe una moneda.”

La poesía es evocación y también magia del instante. Garcés Quiacha armoniza en este libro las dos virtudes de tal forma que nos presenta un pequeño bestiario urbano. El poeta traslada a la ciudad un pedazo de su tierra con todo y gallo y tigre y murciélago y lobo y pájaro y río y árboles. Asistimos entonces embelesados al poder convocador de la palabra. El apartamento del poeta, en el piso diez de algún edificio del centro, a salvo del barullo, se vuelve el lugar del reencuentro. La mesa echa raíces y en su follaje se esconde el cuervo. Y el tigre, que un instante antes, -léase poema antes- asoma por la ventana con sus rayas de sol, de manera insólita, convive allí con el cuervo. Y cuando llueve, el cuervo oculta su vuelo y el tigre se interna en el florero. Este ejercicio de transportación tiene sentido más allá de la magia verbal del poeta, de la alta calidad de su palabra, de sus imágenes frescas que renuevan lo sentidos. La poesía de Esmir Garcés Quiacha es parábola o alegoría que oculta un yo poético inquieto por el devenir, por la conciencia espiritual y existencial del ser, en la paradoja vivencial del hombre postmoderno: “Algo agoniza en cada paso que damos, / en una ciudad donde gritan una piedra, / un perro, una hoja. Una daga lanzada / desde la muchedumbre viaja a lo largo / de la noche. El hilo se rompe y abandona / la madeja como los pájaros lo hacen de / las ramas, pero la ciudad, como un dios, / inventa sus propias batallas, sus propios / verdugos, sus propios heridos.”

El otro vuelo del cuervo de Esmir Garcés Quiacha se sitúa dentro de la poética nacional en Colombia. El premio de la Universidad Industrial de Santander (UIS) lo convalida, pero más que el premio hay que acudir a su real valía, a su decantada y misteriosa palabra, a sus imágenes sencillas pero cargadas de significación vital y estética. Las raíces de la mesa en el apartamento del poeta, su follaje, son las raíces que pueblan la interioridad del ser que es Esmir, que somos todos. El Huila, “Tierra de Promisión”, tiene en este autor la continuidad de una tradición hecha de verde, de río, de suelo. Su libro anterior “Todos los ríos”, convoca el agua incesante del tiempo, contrariando el aforismo de Heráclito al decir categóricamente: “Todo iniciado se sumerge dos veces en el agua” (…) Hay una generación de poetas del Huila que se nutre de la savia de Rivera, pero también del paisaje evocador de Arturo. El árbol, el pájaro, el río de la Magdalena, el de las Amazonas, Todos los ríos, sus afluentes espirituales; los ríos de Correa Losada, el “Árbol puro del río” de González Martínez, Aniquirona y Regreso a Shuaima, de Morales Chavarro, los bosques y el “Paisaje con relámpago” de Rivera Monje.

En este grupo de poetas de la tierra, el bosque y el agua, resalta ahora Garcés Quiacha, una voz que conjunta las raíces con el vuelo, hace de la pesadez y de la levedad un solo verso, alquimia de silencios, de milagros, de aciertos metafísicos, de oscuras reflexiones, de paneos de visionario a un paisaje de sangre y alegría, de denuncia estremecida, de alto vuelo. Profunda y estremecedora palabra, que anhela el país dejado en la piedra de la infancia: Puliré esta piedra hasta hallarle su punta / de luz, tan dura como el metal. Una piedra / para filosofar estos tiempos, muy / similares a los granos de arena. Una / piedra para la miseria de los días. Afuera / la lluvia es otra, el país es otro.














viernes, 28 de octubre de 2011

SIGO LLAMANDO A ESTA LUZ



La pregunta que formulara Tales hace más de dos mil años es recurrente en este libro de Marysol Carrero Necker. Lírica y reflexión conjuntadas y conjuradas para dar cuenta del misterio iniciático, del éxtasis del silencio, del tiempo como ilusión enfrentado al instante, tal vez la realidad, acaso otro sueño. Urgente actitud de quien indaga el origen, el oscuro milagro de los dioses que la poesía revela en acto de extraña comunión entre el hombre y lo sagrado, y que ante el desprestigio de aquéllos deriva en persecución, en lucha denodada entre la razón y el asombro: “Río, brebaje infinito. / ¿Dónde está el camino de los dioses que me enseñaste?”

Palabra tierna y desgarrada. Recorrido desde el abismo en donde la duda asalta en cada fuego, en la inocencia del primer atisbo, en la conciencia del ser y del estar, en la certeza del no tener, en el ancestral despojo del nacimiento: “Soy sustancia cósmica de lecho de río. / ¡Tengo lágrimas de vida y canto!”

Sigo llamando a esta luz emprende un viaje por las riesgosas orillas de la palabra interior, en perfecta vulnerabilidad de máscara desde adentro, paradoja existencial del hombre en todo tiempo y lugar, como si de este anhelo germinal dependiese el reencuentro, la culminación feliz de la tiniebla iluminada. Hay que saludar la nueva palabra de esta escritora venezolana. Certera y valiente, sabe que el “tiempo es una trampa”, que siempre nos asedia el eterno retorno, “la fosa abismal de la memoria”, “el delirio del círculo”, o lo que puede ser peor, la terrible amenaza de la salvación: “Vamos en este camino / de extraño animal / en busca de su ser!”