lunes, 10 de marzo de 2008

Exaltación de la Palabra Mínima


Por Hernando Guerra Tovar



El Bosque del tiempo
Poesía Mínima completa
Juan Ruiz de Torres
Editorial Corona del Sur
Jaime Serrano 2
29014 –Málaga
España

Tres condiciones animan el propósito de El Bosque del tiempo, el más reciente poemario del poeta, crítico, ensayista y promotor cultural español Juan Ruiz de Torres.
La primera, de orden estético, es la brevedad. El poeta reinventa la memoria para fundir en ella la palabra mínima. Ha viajado por el espacio interior del lenguaje, ha conocido sus secretos, los ha aprehendido para verterlos luego en el molde del silencio. Especie de alquimia, toda verdadera poesía lo es, la palabra última es esencia, la mínima pero máxima expresión hecha milagro:

Al árbol vuelven
las hojas que en el parque
dispersa el viento

La araña teje
su tela, entre las ramas
del árbol muerto.

Noche en tiniebla.
fugacísima, brilla
una luciérnaga.

La segunda condición la constituye una posición ecológica, ética, en cuanto presupone de manera intrínseca y también expresa, en la economía del lenguaje, la defensa de la naturaleza. Así lo dice al anunciar este libro como su penúltima poética: Pienso que éste será mi último poemario. Después de tantos años de intentarlo por todos los ángulos, cada vez tengo menos claro por qué, para qué seguir escribiéndolos. En mis manos, mis libros antiguos se deshacen. Veo en ellos un derroche inmenso de palabras, de esfuerzo, de papel. Y puntualiza: Si sólo una línea será recordada de algún poema nuestro, busquemos con ahínco esa línea y olvidemos el resto. Los bosques lo agradecerán. Puede resultar fácil para la crítica señalar el lugar común de la inutilidad de la poesía y su elevado costo en los términos aquí referidos. Pero se necesita valor y criterio para que el mismo poeta exprese este reconocimiento y, más aún, en tratándose de su propia obra. Claro está que en acto propio de poeta, y que es también consustancial a la poética, se reserva la posibilidad de volver sobre sus palabras al decir: Como siempre, no estoy seguro de que mañana no piense de otra forma. Así, el título de esta introducción.

El tercer elemento de esta poesía esencial es su raigambre metafísica. A lo corto y breve de sus textos podemos observar una formulación filosófica, insinuación existencial tocada levemente de ironia que se trastoca, que se desdobla:

Se van los patos.
No los guía el más fuerte,
sino el más sabio.

Un pez de plata
mordisquea sin prisas
entre despojos.

Sólo esta hoja
le ha quedado al castaño.
¿Por qué no otra?



El poema breve, la tanka, el haiku y el dístico, son las formas del decir poético de Juan Ruiz de Torres. Un poeta de su pensamiento y conciencia, de su humanismo, no podía beber aguas distintas. Como el Mexicano Juan José Tablada, encontró en Oriente, en el Japón exactamente, la fuente precisa para mitigar su sed de verdad y de existencia. En el haiku halla la polisemia, esa infinitud de significación apretada en tres versos de diecisiete sílabas, de métrica singular y enlazada espiritualmente a la filosofía Zen. El poeta se vale de esta forma, la cultiva, pero decide ir más lejos en la contención del lenguaje. Le apuesta a la composición de sólo dos versos: el dístico. El Bosque del Tiempo se ocupa en más de la mitad de su paginado a referenciar un recorrido por la belleza y profundidad de sus dísticos, que arranca desde el poemario Crisantemos de 1982; entra por Las trece puertas del silencio de 1984; nos lleva por los Paseos de Nygade de 1989; pasa por El Jardín de las Horas de 1993; nos enseña el País con islas de 2002, para llegar a puerto seguro en Ojos del Agua, publicado en 2005:

¿Acaso reirás
en la hora sangrienta de la guerra?
(De Crisantemos)

Hay una esquina infame en el futuro
donde el dolor acecha.
(De Las Trece Puertas del silencio)

Que en el fondo del hombre
un duro insecto muerde y muerde.
(De Paseos por Nygade)

Llega el triunfo, al fin,
cuando la edad lo sabe innecesario.
(De El Jardín de las horas)

A las flores caídas
no acuden las abejas
(De País con islas)

Mira esa incierta luminaria
al final del camino.
(De ojos de agua)

El Bosque del Tiempo, exaltación de la palabra mínima en la obra fundamental de Juan Ruiz de Torres, constituye una clara y bella forma de hallazgo espiritual, de trascendencia a través del lenguaje poético limpio, mesurado y mensurado. Es un retorno al origen, a la esencia, válido y necesario en un mundo cada vez más retórico y estridente:

Un siglo de silencio:
breve respuesta a la palabra necia.



Hernando Guerra Tovar: Fotografìa de Betsabbet Lara

Por La Ruta del Extravío

Por Hernando Guerra Tovar




A casa, a lo primigenio,
retorna todo lo consumado
.
R.M. Rilke



Jorge Nájar (Pucallpa Perú, 1946) nos recuerda en Allí donde brota la luz (Colección Los Conjurados, Común presencia Editores, Bogotá, 2007), la única e irremediable condición del hombre: el regreso. Viaje de retorno que se inicia desde las entrañas del lenguaje, a partir del primer instante de la separación, su desplazamiento y el inmediato anhelo de liberación: En la oscura nieve del invierno permaneces / inmóvil ante la idea del fuego que te libere / de la noche en que combaten Caín y Abel /- las dos caras del mismo canto que ahora entonas- . El poeta no ignora el vigor del ataque, como tampoco desconoce la vigencia de ese deseo de libertad. Aquella noche primigenia se ha prolongado en el tiempo. Aún no llega el día, la luz. El fuego es aquí elemento purificador, el que abre las puertas, el que expía y señala el camino de retorno. Nájar nos presenta a un Caín que increpa a su hermano Abel, como intento de mitigar su culpa, sentimiento de pérdida proyectado en ataque (Freud), origen de la guerra fraticida que desde entonces sufrimos: “es demasiado soportar esta culpa.”/ ¿Eres, tú Abel, esa sombra en lo oscuro/ o el ángel con alacranes en las nalgas? Éstas -dos caras del mismo canto que ahora entonas-, están consignadas en Canto ciego, primer apartado del poemario, ahora ya para qué/ cantar en la otra ribera, ciego, /si disuelto en la horda cruzas milenios / con la voz quemada, balbuceando cenizas (…) Vamos hacia ninguna parte o lo que es igual, hacia nosotros mismos: (...) deseas que esa verdad arda en tu cuerpo, / que eso humee en ti cuando la hora sea. / Y que ese humo resuma la esencia / de tu propia historia, amores, goces, / e intrigas por un poco de felicidad.
La poesía es un viaje emprendido desde la voz del poeta hacia cualquier lugar. Cualquier lugar es propicio para hallar el origen cuando éste se encuentra en nuestra memoria, en el aquí y ahora del parto, en el oscuro nacimiento, como dirá Gonzalo Márquez. Jorge Nájar nos convida a descubrir ese lugar donde brota la luz, fuente o manantial, puerto o estación, en el que habita la respuesta como premio a nuestra búsqueda. Puede ser Comala en la muerte o Itaca en la meta o simplemente el paraíso, como regreso al hogar. Determinando el territorio a través de “Linderos”: A dónde he de mirar, miope, de pie, / frente a la ventana del tren de la costa / lanzado hacia el extremo de la existencia, sin regreso, sin brújula ni zapato (…) El poeta se siente perdido en la periferia, expuesto a la escabrosa realidad de la existencia, sin la posibilidad de volver sobre sus huellas, sin límites ni visión. Adónde, pregunta, y nosotros preguntamos con él, para escuchar su respuesta adolorida: Adónde sino al astillero de la muerte / que cruza el horizonte traicionero / en sentido contrario a mi destino.

“Hemos asumido un destino, un pasado que ya es presente y que se convierte en linaje metafísico”, dice la prologuista del libro, Amparo Osorio. Es cierto. Y entonces nos corresponde continuar el viaje, el itinerario de la vida hacia la muerte, que es luz. Y en este recorrido con el poeta Nájar, viaje en tren por el paisaje de la existencia, por la ruta del extravío, aun ciegos, vamos encontrando los marcos de referencia, los límites del camino equivocado, que es el único seguro: El tren negro sobre la tierra púrpura / y la nave en el azul avanzan ciegos /- y sordas señorean mis propias neuronas- /, cada quien en los sentidos más contrarios, / cada quien riendo con las sombras. Especie de cántico en el sinsentido de los opuestos, festejando con la tiniebla. Así, vemos alejarse ciudades puntiagudas y todo un paisaje expresionista, sin que nada impida ni detenga este viaje intenso, ni siquiera la línea que se quiebra. Nos extasiamos con el poeta en variedad de tonalidades: Un tablero de colores en la distancia (…) azules púrpura, sombra rojiza, negros profundos, lilas, a la par de poemas como “Delicias”, “Dioses y Diamantes”, “inmolación”, “deseo”, “Azul”, “azul púrpura”, “Árbol de oro”, “Ónice” y otros pintorescos lugares, como “La montaña de los locos” en el poema “Delicias”: Presiento que hacia allí voy / flotando en el aire lila. / Nítida y andarina / la felicidad pasa ante mis ojos. Es un viaje de evocación de la felicidad que se trueca en pérdida: Esas delicias se fundirán en mi boca / como en el tiempo felicidad y locura / esas sombras que pasan cualquier tarde, / todas las tardes, por la playa, / entre el aire lila y el olor de las algas. Asistimos aquí a una sinestesia de la caída, del desmoronamiento de los sentidos. En el poema “Azul”, el poeta invoca un sentimiento espiritual en medio del extravío, en tanto evoca la ascendencia paterna “por la ruta de la seda” ¿Cantaré alguna vez por todos ellos? / Estoy escrito con el sudor de esa historia / pero más allá de mis precipicios no hay en mí / ni un timbre capaz de entonar sus melodías. / Me he extraviado en el camino / y avanzo hacia otra vida / cuyo azul tiene la profundidad / y el brillo de las estrellas. / Así se extraviaron mis abuelos por la ruta de la seda. / Así vuelvo al extravío en pos de los mismos colores / y de las mismas pasiones. Lúcida, cálida y por supuesto dolorosa es la caída del poeta Nájar. Nos recuerda los versos de René Char “La lucidez es la herida más cercana al sol”. Miremos estos diáfanos pero derrumbados versos, casi sentencia apocalíptica, de su poema “Deseo”: No hay retorno para quien sueña sólo con llegar, / ni llegada si uno vive en la urdimbre de la vuelta (…) Y termina el poema: El alma no descansa ni con el deseo satisfecho. Y continúa en el texto “Flamígeras”, con la siguiente pregunta: Cuánto has tardado allí, perdido, / ebrio donde la ruta se extravía? Descendemos verso a verso por la ruta del extravío sin saber el objeto ni el motivo de nuestra búsqueda, pero conscientes de aquella evocación mítica: ¿Qué buscas?/ La ruta de tu extravío / se ha cansado del camino / y aquí te quedas a la sombra / de la Princesa de la Seda.

“Linderos” es una prolongación de “Canto ciego”. Es precisamente el límite que impone la invidencia del hombre. La estructura del libro así lo determina porque es un requisito para llegar a la “Resurrección” que vendría a ser no sólo la última sección o apartado del libro, sino también, por que no, el lugar donde brota la luz, después de ese recorrido por la existencia que nos lleva de Perú a Paris, de Paris a Oriente. Ese viaje por los países exteriores e interiores del Poeta, por lo material y lo espiritual. Citemos el poema “Por ella” Prisionero de los Bárbaros, torturado, / el gran viajero de la ruta, se evadió / por el camino de los oasis. Quemado / por la belleza llegó a casa casi muerto, / pero con una leve sonrisa. / Traía en las axilas un pañuelo, / seda púrpura para oír en la noche / el susurro de los amores prohibidos. Hay aquí un realce al valor, al precio que en ese momento tiene la seda, tasa comercial, desde luego, pero también dotada de un reconocimiento carnal. Continúa el poema: (…) Por ella los traductores de sabiduría / extraviaron su obra y regresaron a casa / convertidos en cantores de patrañas, / trenzados en la hebra del placer. ¡Seda! Por ella enloquecimos antaño / pagando su precio en oro. Y por ella, / difuso en la historia, el gordo emperador de los romanos, la prohibió por mostrar / desnudas a las mujeres, nuestra gran delicia. Extraordinaria manera de significar la vulnerabilidad del hombre en el devenir, en su efimero paso por los cuerpos dorados de la tierra. Y, desde luego Nájar, en apego por la materia, culmina su canto, en la exacerbación del deseo.: Por ella misma yo también decaigo / y me levanto cada día, prisionero del salario, esclavo de la lujuria.

¿Cuál es ese lugar donde brota la luz? Si dilucidar significa, ante todo, indicar y situar el lugar (Heidegger), entonces ese estar atento al lugar que nos propone el filosofo alemán, no sin antes significar “lugar” como la punta de la lanza en tanto reunión de lo supremo y lo extremo, nos puede confirmar o desmentir lo señalado arriba en el sentido de que ese lugar pueda ser la Resurrección. En la primera tesis es probable porque Nájar nos plantea a todo lo largo del viaje, que constituye el libro, ese estar descentrado, en la periferia, en el extravío, en la sombra, frente a lo cual la resurrección viene a ser el centro, la trascendencia, la luz. Y ello explicaría la estructura misma del libro al ser “Canto ciego” y “Linderos” partes del mismo apartado, diferenciados claramente. Nótese que “Linderos” está determinado por el número 2, mientras que Resurrección aparece como sección independiente. Esto en cuanto a la estructura. Miremos ahora qué pasa con los textos: aquí los poemas cambian en forma y contenido, esto es, el decir poético se presenta con una envoltura más cercana al aforismo que al poema propiamente dicho. Miremos algunos ejemplos: - Te hace falta respirar hondo y recobrar energías porque larga es la ruta entre las peñas. - Pero de qué sirve acortar distancias a estas alturas de la vida. - Todo es antiguo y nuevo a la vez según quien lo mire.- Donde maduran las moras cantan las alondras.- Vivir y amar en el desorden, en el caos, en la risa. Obsérvese que el poeta abandona la forma vertical del texto en beneficio de la horizontal, propia de la narración o de la prosa poética. Ahora, en cuanto al contenido, es fácil advertir cierta carga filosófica de la estirpe del pensamiento poético: Está cayendo la noche y aquí estás con la imaginación extraviada en quien sabe que coordenadas. O en qué otros paralelos. Y ni si quiera te das cuenta. Ahí estuvimos, testigos, protagonistas en los socavones más oscuros del planeta.- Vivir no es sólo impregnarse de paisaje. Éstos y los anteriores ejemplos toman distancia, en forma y contenido, del decir de los apartados iniciales. En lo que corresponde a la segunda opción, es decir, en cuanto a que se puede refutar o desmentir nuestra tesis de que la Resurrección sea el lugar donde brota la luz, encontramos el hecho de que la mayoría de los textos, salvo algunas excepciones, no parecen hablar del arribo o llegada, sino que más bien continúan en el viaje, en la eterna búsqueda. Veamos: Buscando nada, flores y lluvias, perdido, sin dramas, entre un cansancio y otro, a pocos pasos de la Estación del Tren Veloz y la distancia que separa de la cumbre: no es consuelo saber que hay quienes se extravían incluso dentro de sus propias lindes. O este otro: Escoge la ruta antes de que te asalten otra vez las vanidades de la existencia.

Sea como fuere, Allí donde brota la luz, nos presenta, en un lenguaje decantado, limpio, como corresponde a la estatura del poeta que es Jorge Nájar, un periplo por la vida y la existencia. Es el itinerario del regreso del hombre, con las caídas y las revelaciones, entre el claroscuro, la salvación o trascendencia, puerto o puente, hacia la utopía, hacia la luz. Queda entonces una sensación de misterio, de levedad, propia de la más alta poesía. Digámoslo con Trakl: "…y resuena el paso del extraño en la plateada noche".