viernes, 4 de julio de 2008

Sombra embestida de Hernando Guerra Tovar

Por Nelson Romero Guzmán


Más que embestir, acometer, enfrentar el lenguaje en este libro de Hernando Guerra, es la posibilidad de descender al mundo de las sombras con la mirada de Orfeo y regresar a la luz con lo entrevisto. Mundo que se percibe gracias a la libertad de lo inconsciente, a la imagen construida como laberinto. Cada poema en su brevedad es una suspensión, un borde capaz de contener el abismo y ofrecerlo al lector, porque de su mirada depende la visión estremecida, no la contemplación anecdótica o descriptiva, sino la nueva experiencia que nos da la poesía cuando ha sido capaz de sopesar la realidad, el hombre y su interior tenebroso, para transfigurar la reflexión en un hecho poético.

El lector, vadeador de sueños o último descendiente del hombre que no pudo ser emperador, como escribió Giovanni Papini, se siente agradecido leyendo Sombra embestida. En ese libro la poesía no nos abandona, no nos embiste para sacarnos del ruedo, no acciona el mecanismo del bostezo, ni hace que inconformes dejemos comenzado un texto para ir tras otro en la lectura. Este libro me seduce a leerlo. ¿Por qué? Un libro me atrae en la medida en que me permita jugar con él. Cuando me dice en la fábula de su lectura: léeme sin atraparme, mírame sin verme, tengo varios rostros. El libro es los sentidos que hay en él, los mundos que despiertan en nosotros, el lenguaje visitándonos siendo uno ahora y mañana otro, después quién sabe. Lo inagotable para mí, tonto o mañoso lector de poesía. Así pues, atemos cabos. El libro comienza con el texto Extravío y termina con el titulado Retorno. No fue un programa trazado por el autor, por azar debieron aparecer esos textos al comienzo al final, dándonos la idea del viaje. El extraviado de pronto camina por las "calles inconclusas" de una ciudad que "está en otro lugar" y al final del libro

Sucede un accidente,

la muerte por ejemplo,

y despiertas.

Lo que existe en medio de esos dos textos es el caminante, luego el mundo que transita, las visiones que lo acosan y sus percepciones de la realidad, es el hombre común y el poeta, que viaja a su propio interior, expía el laberinto, conoce la tiniebla, la verdad de la noche y devela la poesía misma como "bella expiación". Es exiliado, el Nadie, desarraigado, expulsado o pasajero. Cada presencia suya deja su marca breve y profunda: el poema, su verdadera intensidad. Y la visión del infierno:

Precipicios acechan la memoria y no dan tregua.

Inexorable reloj del que elige partir. Ya no hay tiempo

en la hora de lo eterno. No hay lugar, ni deseo

ni sueño. Sólo esta avenida sin distancia.

Esta calle de polvo que desciende.



La ciudad cambiante, itinerante o mítica de Calvino o de Durrel, reencuentra en este libro su rastro. Pero la ciudad presente en este libro habita al transeúnte y desde adentro lo observa, para finalmente ser uno solo: uno del otro espejo de la ruina, del crimen, guardianes de lo indecible, con calles rumbo al abismo, "divididos desde el primer abismo". En el silencio de esas calles surgen las terribles preguntas: "Quien camina a nuestro lado, ¿qué crimen cometió hace un instante?", " El que acciona el gatillo del silencio, ¿qué oscuro designio obedece?", "Y la mano, ¿cuál caricia, qué violencia?".

¿Y qué hace el lenguaje en Sombra embestida?: Trabajo depurado, meditado y hechizado. Hernando Guerra asume la poesía como expresión de lo ambiguo, lo que hace que el poema –por breve que parezca-, carezca de límites y se interne por territorios del lenguaje ampliando sus significados. Su poema "Criaturas" es un ejemplo de ello,

El secreto no está solo. Conviven con él otras criaturas.

Comparten la sombra, las rejas del silencio.

Comparten la boca:

se alimentan de crudas verdades.



Y en esos parcos signos un mundo que traspasa las barrera de la expresión, que toca lo fabuloso, lo religioso, quita la máscara y crea un lugar que puede ser la cárcel o el convento, donde residen los condenados. La verdad oculta, signo de todos los tiempos, y el alumbramiento de las palabras. El lenguaje recobrando formas, tarea esencial de toda poesía. La palabra como enigma de la realidad, como morada del silencio, palabras que abandonan el diccionario para adquirir otra interioridad, otra materia y albergar otro ser. Es la palabra de la poesía que conquista lo desconocido: "Palabras cristalizadas en virtud de la verdad desconocida", ellas son agujeros en nuestra piel y por sus intersticios se asoma el alma. El lenguaje es para el poeta reencarnación. Elementos, atmósferas que hacen de Sombra embestida un libro con unidad de significado, y como la poesía lo exige a quien escogió como médium, es capaz de expresar su inaprensible. Celebro este nuevo libro de Hernando Guerra, que confirma la permanencia en un oficio, con todo acierto.